35 años de la muerte del Gral. Juan Domingo Perón


35 años sin él


“El general Perón, figura central de la política argentina en los últimos 30 años, murió ayer a las 13.15. En la conciencia de millones de hombres y mujeres la noticia tardará en volverse tolerable. Más allá del fragor de la lucha política que lo envolvió, la Argentina llora a un Líder excepcional”. (Rodolfo Walsh, diario Noticias, 2 de julio 1974) “Murió” decía ese día el titular de Crónica en tamaño catástrofe y todos sabían a quién se refería sin que hiciera falta nombrarlo. Crónica informaba la muerte del presidente de la República, Juan Domingo Perón. Pero había otras muertes que poblaban la densa llovizna de esos días. Junto con el líder justicialista, se agitaba en el espíritu de los argentinos la sensación indefinible, punzante, de la desaparición de paradigmas, el fin de un ciclo histórico y otras muertes también.Las decenas de miles de personas que asistieron al Congreso para despedir al viejo líder se decían “huérfanas”, eran miles de “huérfanos” como relataron Tomás Eloy Martínez y Osvaldo Soriano en las notas que publicaron en La Opinión de aquella época. La idea de “orfandad”, de “soledad”, no estaba relacionada solamente con Perón, sino también con que su muerte aparecía como la representación simbólica del derrumbe de paradigmas que habían ordenado sus vidas en todos esos años.Es mucho más fácil leer los diarios 25 años después. Y entender que esas páginas que sólo hablaban de Perón, estaban hablando también de los temores oscuros a la Argentina que se avecinaba y no solamente por la violencia, sino también por el desconcierto. La Argentina industrial y proletaria que expresaba Perón llegaba con su muerte al momento de mayor tensión. Perón se moría cuando esa Argentina empezaba a crujir.Los editoriales de ese día de La Nación y Clarín, y la columna de Mariano Grondona en La Opinión, expresan la incertidumbre que producía esa muerte en un momento tan decisivo. Todos llaman a la unidad nacional. Aun en ese contexto, La Prensa se mantuvo en sus viejos rencores, como lo señala el artículo que escribió en ese momento Miguel Bonasso en el diario Noticias, de la izquierda peronista. Bonasso recuerda también, en un artículo escrito ahora, cómo se elaboró ese día el diario que dirigía.Ese mismo día Vicente Solano Lima renunciaba en la UBA y Héctor Cámpora era desplazado de la embajada ante México. Más que a la unidad nacional, el vacío arrastraba inexorablemente al país hacia el juego descarnado de sus viejos antagonismos que, a su vez, sólo tenían unos pocos días más de vida que el mismo Perón. El golpe militar se asomaba en el horizonte. Se ha criticado que nadie pensó ni trabajó para que la muerte de Perón no produjera esos desequilibrios. Se ha dicho que pocos evaluaron el gran vacío de poder que dejaba su desaparición y se explica el golpe militar de esa manera.Después de 25 años se puede decir también que nadie pudo traducir siquiera mínimamente esa sensación de que junto con la muerte de Perón se terminaba un ciclo histórico, económico, social y cultural de la Argentina, en consonancia con algo que empezaba a ocurrir en todo el planeta. La revolución neoconservadora de Ronald Reagan y Margareth Thatcher, y la globalidad que se modeló con esos parámetros estaban en paralelo con el trabajo de zapa, disciplinador y sangriento de la dictadura. Perón fue una figura amada y odiada, seguida hasta la muerte y combatida de la misma manera. Y ya no es así. Se habla de él con la distancia de los historiadores porque su muerte prácticamente coincidió con la desaparición del mundo que expresó. Un estudiante de historia no encontrará otra figura que represente mejor esa etapa del país.Es extraño cómo esa sensación se anudaba agónicamente al corazón de la mayoría de los argentinos en aquel entonces sin que nadie pudiera traducirla en conceptos, sin que nadie pudiera avanzar más allá de la inquietud y los malos presagios. Y más extraño resulta verificar cómo esa sensación está allí todavía cuando se leen los diarios de hace tantos años. Pero ahora esa sensación tiene una lectura clara y directa con la proyección que le ha dado la experiencia de estos años que pasaron. La muerte de Perón anunciaba otras muertes. Luis Bruschtein, 1999


“Llena de rencor, La Prensa atacó al Líder”


Por Miguel Bonasso


(Publicado el 2 de julio de 1974 en el diario Noticias.)


Como si la muerte del general Perón hubiera abierto vaya a saber uno qué compuertas y se presumiera una nueva derrota de las fuerzas populares, La Prensa ha salido ayer a vomitar odio sin la contención victoriana de la que suele preciarse.La nota dedicada a la actuación pública del Líder es un resumen de agravios que no se atrevió a prodigarle en estos últimos 8 meses en que ejerció la primera magistratura.En la primera página comienza por lapidar: “Ha merecido ya, sin embargo, juicios certeros por parte de los que aman la libertad, la verdadera justicia y las instituciones republicanas heredadas de nuestros mayores”.Su historia –añade– “es también la historia de una alternancia entre la autocracia y la demagogia”.Pero en estos tramos iniciales aún priva un cierto autocontrol; después, a medida que discurren las líneas del vasto artículo, se va desplegando, en permanente crescendo, una extensa batería de calificativos y apreciaciones que tiene por objeto condenar en bloque a los dos primeros gobiernos del general Perón.Así, para La Prensa, la justa y esforzada labor del coronel Perón al frente de Trabajo y Previsión es una pura maniobra utilitaria “para ganar la adhesión de los obreros”. Y hasta las catástrofes naturales parecen maliciosamente asociadas, en la singular perspectiva del articulista, con las ambiciones del joven conductor en ascenso, como el terremoto de San Juan, que “también favoreció sus planes”.Las elecciones en las que se impuso a la Unión Democrática le habrían dado el triunfo porque “fueron adelantadas” y porque, al clausurar su campaña proselitista, se cuidó muy bien de avisar a los obreros que “si no triunfaba, perderían todos los beneficios que él les había otorgado”. (Como efectivamente los perdieron cuando los amigos de Gainza Paz recuperaron el poder en 1955.)Luego (1946-1955) “fomentó el antagonismo social y prodigó la dádiva graciosa”, dio concesiones “que llevaron bienestar transitorio a los que decidió llamar descamisados”, su meta “fue la intervención estatal en todas las esferas de la Nación” y “sus métodos consistieron en la propaganda, la intimidación, la delación y la represión policial”.A la justicia la sometió mediante “el incalificable juicio político” a los miembros de la Corte Suprema.La acción de la memorable Fundación Eva Perón queda reducida, para La Prensa –que no se caracteriza mucho por la solidaridad social, especialmente en materia de retribuciones salariales–, a “generosidad institucionalizada a fuerza de exacciones”.La nacionalización de los ferrocarriles es, para La Prensa, un acto de “mera propaganda” y toda la política de recuperación para la Nación de sus recursos condujo “al desaliento de las inversiones y el deterioro en la calidad de los productos”.“En la segunda presidencia –evoca La Prensa, ya a esta altura sin ninguna clase de inhibiciones–, la carrera de la arbitrariedad y la obsecuencia ya no tuvo límites.”El libelo contiene, por supuesto, la evocación de la expropiación de La Prensa, en abril de 1951, y su puesta en manos de los trabajadores. Medida del gobierno peronista que, a la luz de esta verdadera proclama “pinochetista” que es la necrología del general Perón, cobra una vez más rigurosa actualidad.Por lo demás, fue el único diario que logró transgredir las normas impuestas a las editoriales por los trabajadores gráficos, que acordaron trabajar ayer sólo en tanto el contenido de los diarios reflejase el dolor del pueblo argentino ante la muerte del Líder. Nada de esto es nuevo y se esperaba. Lo que probablemente muchos peronistas no esperaban es que en esa misma edición de La Prensa hubiera un aviso de página de la gobernación de Mendoza, a cargo del metalúrgico Carlos Mendoza, y otros de menor tamaño de A.S.I.M.R.A. y del personal superior y directivo de YPF.Si, como dice Chesterton, el periodismo mercantil es el arte de escribir al dorso de un aviso, resultaría que estas opiniones subversivas de La Prensa son costeadas por malos funcionarios del gobierno peronista.


Editorial de “La Nación” del 2 de julio de 1974


Hay una tarea primordial


La muerte del presidente de la República sacudió ayer al país. Esa muerte tiene una característica sugeridora de su propia dimensión: nadie es en la Argentina indiferente a ella. En rigor, no hubiera podido adoptarse esa actitud ni siquiera en los días en que un abismo separaba a quienes eran sus adictos de quienes eran sus enemigos. Menos aún cabría la indiferencia cuando la figura de Perón, trabajada por las meditaciones del exilio, se propuso superar las estrecheces de cualquier fanatismo y avanzar hacia el aire despejado, donde son visibles los colores distintos y las armonizables diferencias de la vida múltiple en el ámbito de la democracia.El señalamiento anterior implica decir que hubo distinguibles etapas en la larga carrera pública de Perón. Esas etapas son susceptibles de ser vistas desde variados ángulos. Uno de ellos pertenece a los que en todo tiempo experimentaron placer al someterse a su magnetismo personal. Otro corresponde a los que lo enfrentaron hasta 1955 y, después de un largo interregno de fundado recelo, confiaron en que la sensibilidad política de Perón habría de advertirle la necesidad de encabezar un proceso de unidad nacional. Hay que sumar asimismo las perspectivas provenientes de los que mantuvieron posiciones de rechazo irreductible y, también, las más sensatas de cuantos alzaron su independencia de criterio como una contribución al examen de la realidad sin ataduras banderizas. Otro ángulo, por último, es el de aquellos que se ampararon en la popularidad de Perón para intentar deslizarse con disimulo hasta los sitios desde los cuales pudieran imponer una versión deliberadamente deformada de las proposiciones del jefe justicialista.Con la observación de la identidad humana y cívica de los que en cada etapa enfrentaron a Perón puede compendiarse la evolución del caudillo ante un país que tampoco permaneció igual a la hora de elaborar respuestas colectivas para afrontar sus cambiantes problemas. Hasta 1955 sus adversarios pelearon bajo la bandera de la libertad. Desde 1973 sus adversarios se agrupan preferentemente en las trincheras en las cuales los sectarismos ideológicos aparecen teñidos por la misma tonalidad en el lenguaje de desprecio hacia la libertad y en los métodos de lucha.Los ocho meses del último gobierno de Perón –e incluso el discurso que pronunció al día siguiente del retorno definitivo a la Argentina– no dejan lugar a dudas en cuanto a cuál era el propósito de su acción. Esta fue comprendida no sólo por los partidos participantes en las convenciones del acuerdo que se llamó La Hora del Pueblo, sino por partidos y sectores ajenos a ese entendimiento. El objetivo político de tal acción consistía -y consiste– en el fortalecimiento de las instituciones establecidas por la Constitución sobre la cual se asienta jurídicamente la República.En ese sentido hay una voluntad común que subraya todas las coincidencias rápidamente manifestadas desde las primeras horas de la tarde de ayer por los partidos, sus representantes parlamentarios, las entidades de la civilidad y las organizaciones sectoriales. Ellas tienen su síntesis en las afirmaciones con que las Fuerzas Armadas han expuesto una posición notoriamente inequívoca.Es sobre esas bases de pleno respaldo a la continuidad jurídica que la hasta el día anterior vicepresidenta de la República ha asumido la primera magistratura. Su mensaje, saturado por la emoción que el trance hacía inevitable, importa una convocatoria con respecto a la cual nadie debe considerarse ajeno. La existencia de la Nación organizada y libre nos exige una plena aceptación de responsabilidades constructivas con referencia al desarrollo de la vida institucional.Tanto para aquellos que siempre se sintieron identificados con las orientaciones del desaparecido Presidente como para aquellos que desde 1973 le dispensaron un apoyo crítico –y aun para quienes quisieron mantener frescas las cicatrices de viejos combates– hay ahora una tarea primordial: llevar adelante el arduo compromiso de afianzar las posibilidades de paz, orden y trabajo ofrecidas por nuestro ordenamiento históricamente legal.


El triste peregrinaje


Por Tomás Eloy Martínez


Publicado en La Opinión el 3 de julio de 1974.


El viejo estaba sentado sobre algunas hojas de diarios, entre paquetes vacíos de cigarrillos y cáscaras de mandarina. Con la punta de una rama dibujaba simplezas sobre el césped de la plaza Lorea, al caer la tarde. Cerca de allí, sentadas en las escalinatas del monumento a los Dos Congresos, algunas mujeres hacían y deshacían los nudos de sus pañuelos. El cronista se acercó al viejo y le preguntó desde qué hora estaba allí. “Disculpemé –respondió el hombre, sin levantar la mirada del suelo–. No tengo espíritu para andar en conversaciones”. Las mujeres dijeron casi lo mismo: que habían llegado al amanecer, desde Guernica y que no hablarían, “para qué, ya no son palabras lo que nos hace falta”.Todos los hombres saben que el silencio sólo puede ser oído cuando se avecina o cuando acaba de evaporarse. Ayer, en Buenos Aires, la consistencia del silencio fue tanta que persistió durante el día entero. De pronto, asumía la forma de una reverberación bajo los largos afluentes humanos que caminaban por Avenida de Mayo; o bien era el quejido de una ambulancia lejana; o, al anochecer, era la certidumbre de que allí, bajo la enorme cúpula del Congreso recortada contra el cielo de la ciudad, yacía un hombre cuyo destino se había entrelazado con el de los caminantes, y a cuyo silencio todos habían temido largamente.Ahora que Perón no estaba, era difícil imaginar su ausencia. Las filas de muchachos que se apretaban en la vereda norte de la calle Rivadavia entre Paraná y Talcahuano, intentaban –a lo mejor– olvidar que Juan Perón había muerto repitiendo como una letanía algunos discursos y viejas consignas echadas a rodar por el Jefe. Subido a un banquito, con un brazalete azul, uno de los muchachos leía en voz alta, de un cuaderno manoseado: “Antes se decía: ‘Hay que educar al soberano’ y todo el mundo le daba vino y empanadas. Nosotros decimos ahora: ‘Hay que elevar la cultura del pueblo’, y nos ponemos a trabajar para hacerlo”.Cerca de allí, ante la puerta de la Confederación de Empleados de Comercio, las mujeres salían de la fila para servirse café de una gran olla caliente. Más lejos, desde un balcón de la calle San José, una chica de veinte años derramaba sus lágrimas sobre la vereda. Aún más allá, en la avenida Nueve de Julio, un grupo escaso de militantes amagaba cantar la marchita, sin que nadie les respondiera. El silencio no se movía, dibujaba su quietud sobre las vallas tendidas en la enorme plaza funeraria, y semejaba el halo de aquel Gran Silencio Mayor que yacía bajo la cúpula.Dos razas de peregrinos confluyeron ayer en los alrededores del Congreso: la de los que simplemente querían estar allí, “para que al general no le falte nuestra compañía”, y la de los que estaban dispuestos a no marcharse sin verlo, “aunque tengamos que dormir aquí una semana entera”.Federico Baldomero, de 71 años, era de los segundos. No había podido quedarse quieto en su casita de Villa Luro desde que oyó la noticia por radio, y qué iba a hacer, “antes de que aclarara tomé un colectivo y rumbié para el Congreso”. Es –dice– uno de esos “peronistas envenenados” que siguieron al general adonde quiera fuese, cruzando en bote el Riachuelo cuando levantaron los puentes, el 17 de octubre de 1945, o empantanándose junto a la autopista Richieri, el 17 de noviembre del ‘72, “cuando volvió bajo la lluvia y no me dejaron verlo”.La historia lo acostumbró a esperar, a desvelarse, a sentir cuándo algo (o alguien) es fugaz y cuándo perecedero. Vio –recuerda– aparecer y esfumarse de la escena política a “muchos que parecían próceres y que luego no fueron nadie”. Confió de entrada, hace ya treinta años, en que los pobres habían encontrado en Perón al padre que les faltaba, “y por eso lo que usted ve aquí no es sólo un pueblo sino más bien una fila de huérfanos”. Baldomero, vendedor de fierros viejos, con la campera comida por las polillas y la camisa veteada de tinta, no recibió nunca jubilaciónni la pidió. “Quise a Perón no por mí sino por el bien que nos hacía, y ahora no me voy sin verlo; aquí me plantaré en la fila hasta que pueda decirle que le pondremos el hombro para que no se deshaga lo que hizo”.Gómez y Roldán, dos amigos que vinieron desde Banfield y Avellaneda, suponen que no hace falta entrar, que alcanza con que “el general vea desde arriba que lo estamos acompañando”. Uno es hijo de españoles el otro de italianos a pesar del apellido, “porque el Roldán es en verdad Roldani, un error del Registro Civil, como nos pasa a tantos”. Se creen, por eso, representantes cabales de esta Argentina con muchas caras a la que Perón le infundió, por fin, “la personalidad verdadera”.Sentado en cuclillas al pie del monumento a los Dos Congresos, Gómez no aparta los ojos de la sombría cúpula. “Estamos sufriendo ahora –dice, como si reflexionara en voz alta–, y no ha de venirnos mal el sufrimiento”.“El peor enemigo de Perón –sigue Roldán– fue la vida fácil que tuvimos, el sentimiento de abundancia a que nos fuimos acostumbrando. De nada le valía a Perón pedir que lucháramos más y más para sacar adelante al país. Nosotros siempre andábamos en lo mismo, trabajando lo mismo, quejándonos. Sólo ahora vamos a valorar lo que él nos daba”.A pocos pasos, en el puesto sanitario que está frente a la calle Paraná, una ambulancia deja al desmayado número 117 de este 2 de julio. El 117 del puesto: en toda la plaza sumaron más de un millar, sobre todo por la mañana, al paso del cortejo.Juan Perón ha muerto y la muchedumbre que forma fila para ver su yacencia parece que lo hiciera con la esperanza de desmentir la noticia, averiguar que no está allí bajo la cúpula, y que no hace falta llorar ni sentirse huérfano. Son las cinco y cuarto de la tarde. De pronto, por sobre la nube de murmullos humanos que tremolan en la plaza, se alza un grito largo, lastimero: ¡Perooón! No parece una de las voces de victoria que se oyeron hace apenas veinte días, en la otra plaza cercana. Esta vez suena como un llamado visceral, un pedido de ayuda. Pero nadie responde.


La noticia en “Noticias”


Por Miguel Bonasso *


Fue un lunes, desapacible, a las dos de la tarde. Aunque esperábamos el desenlace no podíamos creer lo que nos mostraba la televisión: una Isabel llorosa anunciando la muerte de Perón, escoltada por José López Rega, que apoyaba su diestra sobre el sillón presidencial. El mensaje gestual del Brujo ponía en ominoso paréntesis la convocatoria a la unidad nacional que leía la pequeña mujer convocada a la Presidencia, “por mandato de Dios y de Perón”. Un grupo humano muy especial rodeaba en silencio el aparato de televisión, en un destartalado edificio de Piedras al 700 donde producíamos Noticias, el diario del peronismo revolucionario que en esos días llegó a vender más de 180 mil ejemplares. Era un grupo de hombres y mujeres que había puesto su capacidad profesional al servicio de su pasión militante. Aquellas compañeras y compañeros que observaban, mudos y acongojados, el terrible anuncio, no eran espectadores, sino protagonistas de la lucha sin cuartel que se avecinaba. Y sabían que podían llegar a perder la vida. Como de hecho la perdieron muchos de los que rodeaban aquel televisor cuando la mujer escoltada por López Rega demostró patéticamente que Dios y Perón se habían equivocado y fue sacada de un papirotazo por los militares que impusieron el terrorismo de Estado. Allí estaban, por ejemplo, algunos grandes ausentes como Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Alicia Raboi, Norberto Habegger, integrantes de la conducción del diario, mezclados democráticamente con jóvenes periodistas y militantes de base, a los que amenazaban también la muerte, la desaparición, la cárcel o el destierro. La muerte de Perón cerraba una etapa decisiva de nuestras vidas y convocaba a un balance que tardaría muchos años en decantarse. Habíamos seguido y amado al Viejo en los duros años de la Primera y Segunda Resistencia; lo habíamos denostado en la plaza del 1º de Mayo; habíamos tenido la esperanza de recuperarlo pocos días antes (en la multitudinaria despedida del 12 de junio) y ahora tratábamos de imaginar una transmutación de su liderazgo individual en un gran proyecto colectivo. Horacio Verbitsky sintetizó en una frase los temores de todos: “La Argentina puede convertirse en un cráter”. Luego empezamos la jornada. Yo sugerí como título de tapa la palabra Dolor. Rodolfo Walsh se acomodó frente a la Olivetti y escribió: “El general Perón, figura central de la política argentina en los últimos 30 años, murió ayer a las 13.15. En la conciencia de millones de hombres y mujeres la noticia tardará en volverse tolerable. Más allá del fragor de la lucha política que lo envolvió, la Argentina llora a un Líder excepcional”.


* Miguel Bonasso era director de Noticias.



Editorial de “Clarín”
del 2 de julio de 1974


Un legado para la unidad nacional
El dramático anuncio que, transida de dolor, formuló ayer la presidenta de la Nación conmovió hasta lo más íntimo el corazón de los argentinos. La noticia era esperada, ya que la población conocía la gravedad del estado del mandatario fallecido por los partes médicos, pero no por ello fue menor el golpe. La figura del líder popular, adorada por sus seguidores y respetada por sus adversarios, suscitó siempre grandes emociones populares, y ellas no podían ser menores en la tremenda hora de su muerte.El fallecimiento del teniente general Juan Domingo Perón, desde el momento en que se convirtió en jefe de un movimiento multitudinario, previsiblemente debía causar ese efecto. Pero el último tramo de su vida estuvo rodeado de circunstancias que dieron una dimensión especial a su imagen. No es común que un estadista regrese a su país y retome el poder después de 18 años de exilio. En más de una oportunidad señaló que regresar y asumir el poder entrañaba para él un sacrificio. La verdad de esa afirmación hoy no puede discutirse. No hay duda de que los avatares del regreso y las obligaciones del gobierno acortaron su vida.Si es posible sintetizar la acción de este hombre que signó treinta densos años de la historia argentina, corresponde decir que supo encarnar el anhelo de justicia social de las masas. Las respuestas a ese reclamo marcaron sus primeros pasos en la cúspide del poder, cuando era un coronel desconocido; su comunicación con el pueblo se estableció rápidamente al tiempo de conocerse las primeras decisiones que adoptó desde su gestión a cargo de la entonces Secretaría de Trabajo y Previsión: ellas apuntaban a hacer efectivos los derechos de los trabajadores, que muchas veces quedaban olvidados en la letra muerta de la ley.Y el dato saliente del final de su vida fue el esfuerzo por la unidad nacional. Durante muchos años el país estuvo esterilizado por la antinomia peronismo-antiperonismo; el encono desviaba el debate político de los problemas fundamentales del país. Tras su regreso a la Patria, Perón se sentó a la misma mesa con muchos que habían sido sus adversarios y, en algunos casos, sus enemigos.Representa éste sin duda un legado invalorable. Cuando el país debe avanzar por el camino de profundas transformaciones económicas y sociales es indispensable olvidar las rencillas de partido para sumar esfuerzos a la tarea común. La desaparición física de un caudillo de la dimensión de Perón abre indudablemente una nueva etapa, pero esa concepción suya de la concertación de voluntades se proyecta sobre ella y la ilumina. Es cierto que la presencia de un líder con inigualado ascendiente sobre las masas argentinas otorgaba una dinámica especial a nuestro proceso político, pero también es exacto que queda una lección muy profunda sobre la esterilidad de la intolerancia ideológica y de las luchas de facción. No es menos cierto que esta nueva etapa es difícil: la situación nacional presentaba esas mismas dificultades en vida del mandatario fallecido. Se trata de reparar los daños de pasados enfrentamientos y de encarar el desafío de la transformación estructural del país.Cabe ubicar en esa perspectiva la responsabilidad que ha asumido la señora María Estela Martínez de Perón al hacerse cargo de la conducción del Estado. Pero todo indica que sabrá sobrellevar las dificultades. Para algunos su mensaje de ayer tal vez sea políticamente no computable, pero mostró una entereza, en medio del dolor, que conmovió a todos sin excepción; pudo con ello exhibir una virtud que es siempre requerida para gobernar un país. Es, además, la heredera espiritual de Perón, y quien está en condiciones, entonces, de trazar una línea de continuidad con el planteo de unidad nacional formulado por el presidente desaparecido. Por otra parte, ha tenido oportunidad de experimentar el ejercicio del poder y cabe contabilizar su reciente gira por Europa, donde representó al país ypudo conformar una imagen que la ayudará en el cumplimiento de sus funciones.Asimismo, tuvo la sabiduría y la habilidad –una estimable virtud para el oficio de estadista– de pedir el apoyo de amigos y adversarios. Y recibió sin retaceos ese apoyo. Ya cuando sonó la primera alarma y ante el agravamiento de su enfermedad Perón delegó el mando, fue perceptible en todos los sectores la decisión de respaldar la gestión de la vicepresidenta. Los pronunciamientos de ayer fueron también masivos y contundentes. Todos los partidos, las entidades sindicales y empresarias y los sectores más diversos se pronunciaron en una misma dirección. Y cabe también subrayar que la Presidenta, al asumir el mando, encarna la vigencia de la Constitución Nacional. Evitar que se interrumpa la secuencia constitucional es un objetivo compartido también unánimemente por los argentinos y, en consecuencia, el respeto por el mecanismo establecido para la sucesión presidencial debe constituir una de las líneas esenciales del proceso que vive el país.Es en ese contexto que acaece la muerte de Perón. Debemos todavía superar rémoras del subdesarrollo y la injusticia social; resta aún mucho por construir, y habrá que vencer muchos obstáculos en un mundo que comienza a ser totalmente nuevo, pero que todavía sufre los conflictos de la transición. Sin embargo, el país puede exhibir muestras inequívocas de vitalidad. La perspectiva de una alianza de clases y sectores sociales para alcanzar las metas de la nación permanece plenamente abierta. El desarme de las pasiones y de los enconos del partido también sigue siendo una realidad. Los argentinos vivimos, es cierto, un momento de prueba, pero los datos que emergen de estos primeros momentos de luto y dolor son realmente reconfortantes. La imagen de entereza exhibida ayer por la Presidenta, frente a las cámaras de la televisión, simboliza la disposición de todos los argentinos para sobreponerse al triste acontecimiento y trabajar sin descanso en favor de las grandes metas nacionales.

1 comentario:

marcela dijo...

Un solo grito ¡VIVA PERÓN CARAJO!


Buenos Aires 1 de julio de 1974, estaba yo pasando unos días en la casa de mi tío era una niña inquieta hermana mayor de 4 hermanos varones.
La casa del tío Ruben , además mi padrino, quedaba en Villa Insuperable ahí no mas cruzando la General Paz del lado de “allá”.
En la habitación matrimonial mirábamos las imágenes de multitudes en las calles ( no se porque creo que llovía) veía esos rostros tristes, esas lagrimas derramadas, ese Pueblo, que con los años comprendí, despedía al hombre que les había abierto las puertas de las esperanzas, reconoció sus derechos como trabajadores y con ellos dignificó su vida.
En aquél momento me sentía triste a pesar de mis pocos años, me preguntaba en silencio que pasaría.
Y pasaron cosas… la escuela publica (jornada completa) a la cual iba , no fue la misma, la Quema en Avenida Roca y castañón, se lleno de olores “raros” mi Nono Ángel que había luchado en la primera guerra mundial, decía que era de “finuccio” ( y después Rodolfo Walsh hacia sus denuncias en la carta a las juntas).
Papá trabajaba en Osram ( empresa de lamparitas) en el Barrio de Parque Patricios y comentaba las racias que se hacían en la fábrica… posteriormente trasladaron la fábrica a provincia, a Papá los despidieron , alquilábamos y nos desalojaron…
Nos dieron un departamento a través del FONAVI , mamá habia hecho las gestiones por familia numerosa.
No teníamos mucho para elegir y allí fuimos a vivir , los chicos del barrio le decíamos ATC “a todo color “ porque estaban pintados de todos los colores los edificios.
Con los años supe que era para ser distinguidos por las autoridades como lugares en donde se habia reasentado gente de las villas como por ejemplo la de Belgrano etc… También decían que hacíamos asaditos con el “parquet” que jamás tuvieron esos departamentos.
Todas las semanas entraban los milicos y hacían racia en algunos de los sectores del barrio…los de la Camisería 36 hacían lo suyo cotidianamente.
Y si pasaron cosas… y siguén pasando…
Pero nunca un Peronista perdió las fuerzas.
Nunca un peronista perdió las convicciones de que:
La justicia social requiere de cuadros organizativos que acompañen al pueblo en la concreción de sus demandas.
Que el Movimiento es superador de las instancias partidarias electoralistas, que como decía Perón “es un traje que nos ponemos en las elecciones”.
Que la construcción real se da a través del movimiento y su doctrina como organización revolucionaria.
Y finalmente

¡Que la Patria Existe y la Liberación es Posible!

"Si un Pueblo quiere liberarse para siempre (de las amenazas de las políticas de la burguesía, las aristocracias o las plutocracias) no tiene más remedio que mantenerse orgánicamente poderoso. Porque el hombre cede más al poder que a la razón; por eso hay que tener la razón, y apoyarla con el poder". Juan Domingo Perón

Marcela Alejandra Rojas

La Cámpora